viernes, 29 de enero de 2010

El Banco de las Palomas

Estaba María sentada en una esquina, como siempre, acurrucada. Le asaltó la idea de ponerse a caminar. Pedro la miró embobado: “Cómo puedes ser tan tú?”, se preguntó. Ella no le pudo leer el pensamiento y no contestó. Se levantó y se fue.

Quedó él. Mirando la nada, de pie, al lado de donde ella había estado momentos antes. En la esquina del tiempo perdido.

No sabía a dónde se dirigía. Poco importaba con tal de seguir en movimiento. Pisó un charco, negro y con trocitos de OFNI (Objeto Flotante No Identificado) y gruñó de asco.

Llegó a un banco, se sentó. Decidió no decidir nada. “Mierda”,pensó tras esto.

Así conoció a Dionisio, el abuelo que daba de comer a las palomas en el parque. Se sentó al lado de la joven y sin presentarse, comenzó a hablarle:

- Exageras pequeña.

-¿Cómo dice?

- No eres así. No es así tampoco. Ves las cosas, a ti también, como no son.

- ¿Le conozco?

El viejo rió.

- No. Pero yo he conocido a muchas como tú. Y te aseguro que nada es como lo estás pintando tú, querida.

María le miraba con cara de zombie trepanado.

- No sé de qué me habla.

- Trátame de tú. Ya nos conocemos, soy Dionisio.

- Encantada…Soy María.

- Típica hasta en el nombre, no te ofendas.

- No puedes ofenderme, no te preocupes, Dionisio.

- ¿Por qué vienes al banco de las palomas? Hay mejores cosas que hacer.

- Las mismas que podrías estar haciendo tú. Estoy aquí porque no quiero estar en ningún lado, y este es el lugar más parecido a la nada con el que me he topado.

- Tienes cara de haberte quedado dormida a destiempo. Has despertado y te has visto en un momento que no era el mismo que en el que te dormiste. Pobre niña, perdida por su propias ensoñaciones al despertar de ellas. Todo pasa. Créeme.

- ¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no sé que esto comparado con tu longevidad es menos que nada? Claro que lo sé, soy perfectamente consciente de ello. Pero a veces, esos pequeños cortes que nos hacemos al rozar el dedo con el filo de una hoja, son los que más nos molestan. A mí este me está tardando en cicatrizar más de lo debido. Y no sangra. A penas se ve. Aunque lo esencial es invisible a los ojos, ya sabes…

- Probablemente tenga que cortarte el dedo para que deje dolerte- Rió al ver la cara de la chica- Mujer, es broma.

- Lo siento. Parafraseo frases típicas que ya no tienen sentido. Y no tengo humor para malgastar sonrisas. He tirado muchas.

- Ninguna sonrisa es inútil. Siempre se invierten de forma positiva, incluso cuando no lo hacemos sabiamente. Querida, súbete el cuello del jersey que hace frío, agárrate al asiento y mira al frente, vendrán curvas. Que las tuyas puedan más.

Y ambos quedaron en silencio, iluminados por la luz anaranjada del Sol que se posaba sobre la línea del horizonte…

S.S, encendida, como el pelo de esta cantante...


. . . . . . . .

“Rock and roll, baby
Don't you know that we're all alone now?
I need something to sing about
Rock and roll, hey
Don't you know, baby, we're all alone now?
I need something to sing about
Rock and roll, hey
Don't you know, baby, we're all alone now?
Give me something to sing about”

. . . . . . . .

jueves, 28 de enero de 2010

Venga sí, soy una lammer: Simulacro de un ensayo.

Los false friends del inglés son una chusta.

B.B

miércoles, 27 de enero de 2010

MUNDO VIEJUNO I

Naturalmente

Nadie lo sabe
pero el otro día fui amapola.
Fui al centro del hambre
de naturaleza
y con una pistola
rocié con pétalos rojos
a todas las señoras.

Y a los señores
que no les gustaban las flores
los empapé con hojas
cargadas de rocío.

Nadie sabe que mi navío
tiene por destino
el origen del remolino
que remueve mis letras.

Rojas,
bañadas en vino.
Inmersas en naturaleza.


B.B bebé

martes, 26 de enero de 2010

El campo

Salgo al campo y descubro
Que las amapolas son rojas
Y los ratones sacan la cola
Para que tú se la cojas

Tropiezo y caigo de culo
Maldita la rama
Seguro que esta noche
No daré la espalda a la cama

Que bonitas las plantas
Cachis la mar
Que bonitas las putas flores
Que jodido mi culo de colores

Espero que me permitáis esta mofa de mi mismo.

domingo, 24 de enero de 2010

Cristales rotos

No, esta vez no le escribiré una carta sobre todo y sobre nada. No diré ser sincera, ni abriré mi corazón a espuertas, ni me rajaré el pecho en canal. No me quitaré el sombrero al saludar, no haré una reverencia, no me callaré y sonreiré.

Es demasiado tarde para todo eso. Ya fuimos a París a hablar sobre lo que pensaba Madame Curie y nos equivocamos y nos reímos. Hablamos de que un día dejarían las bestias de mi mente de golpear mi amígdala y tomaría el paleoencéfalo el control de los sucesos. Ya le expliqué que mis cefaleas son largas y espinosas, pero yo nunca he perdido la indulgencia con ellas. Y debatimos que el amor a la lucha fútil perecería y aún así continúa azotando la fragilidad de la inteligencia.

Pero, lo lamento, también es demasiado tarde para rememorar todo aquello. Quedan pocas flores en las macetas del balcón desde donde hoy miro a los ojos a Dios, que no está. Se ha ido porque nunca estuvo. Y a mí me quedan demasiadas preguntas que hacerle, cuya respuesta no quiero saber.

No he venido aquí a hablar de la inoperatividad fractal de la utilidad contemporánea. Si he terminado en este lugar es porque deseaba estudiar todo lo que fui desde una perspectiva parcialmente imparcial. Quiero alejarme del miedo a todo lo que nunca hice y destruir los muros ingrávidos de mi corazón. Quiero hablar y no hablar, o, mejor aún, no hablar y hablar. Deseo. Y, perdóneme, pero mi deseo se aleja de vuestra merced a dos mil millones de nudos, mi querido pasado.

Arrivederci Pinocchio.


B.B

viernes, 22 de enero de 2010

Absorbe mi mente.

Pero no tengas prisa. Deja que todo llegue a su debido tiempo, sin tensión, sin un solo sentimiento de más, ni uno de menos. Analiza cuidadosamente cada pequeño recoveco de aquello que quieres poseer, trátalo como la parte de un todo, como un fin y a la vez un medio, trátalo con ternura.

Ahora ya podemos empezar. Poco puede quedar oculto si de verdad quieres poseerme, pero no fuerces un solo movimiento ni dejes al aire una sola idea que desees guardar en el olvido. Ten en cuenta que en este camino no siempre es fácil perderse. Seguro que quieres perderme, que ya no sea capaz de recuperar nunca más aquello de lo que me despojes… a cambio de lo que tú también dejarás en nuestro viaje de ensoñaciones, cuerpo y mente. Sin más dilación empieza a tantear el contenido y continente de mi humano intelecto y guíalo con las yemas de tus inquietudes al abrigo de tus deseos, a la fuente de tus pasiones, para que nunca más mi rabia no tenga donde ahogarse.

Ya noto como se vacía, como nada quiere quedarse en esta torpe mente, difusa, distraída, melancólica y abnegada a un incierto futuro. Desgraciado todo aquello que me abandona porque viaja del desierto al precipicio, del sufrimiento a la insensibilidad, de la esperanza a un escrito futuro. Y sin embargo, ¿por qué evitarlo? No me opongo, no me arrepiento, cumplo con mi parte, esta cerca. Ya se fue.

Por fin la paz, por fin la calma, el reposo, la ausencia, mi propia ausencia en mi mismo. Te lo llevaste todo.

A.A.

lunes, 18 de enero de 2010

Las ganas locas

Nada de lo hablado se estaba cumpliendo. Nada de lo planeado salía como había sido deseado. Ninguna palabra fue dicha desde entonces.

Y desde entonces, su piel luce más pétrea. Y desde entonces no se encienden sus mejillas, ni se colorean sus labios de alegría. Ríen, sí, claro que ríen, aún reconocen la gracia.

Ella, temía estar entrando en otro ciclo más, de esos a los que era asidua. Ella, quería correr y no parar, rescatarlo todo y atarlo bien pegadito a su nombre para que no volviera a despegarse nunca de ella.

Pero sabía que “la vida es eso que te sucede mientras tú haces otros planes”, o algo así rezaba la conocida frase. Y por eso se tendió sobre el tiempo, a esperar. A esperar que se le pasaran las ganas locas de…Las ganas locas.

Yo, narrador omnisciente, consciente de todo aquello que le atañe, he hecho mis predicciones, aventurándome con algunos pronósticos. Pero claro, todos ellos son posibles, todos ellos pueden llevarnos a Roma. O no.

Por eso, dejo que se aflija, como una florecilla marchita, torturándose por todo aquello que no dibujé a tiempo, haciendo promesas en el aire, sabedora de que nadie la escucha.

Por eso dejé que llorara por las noches, en las que no dormía hasta que se cansaba de escanciar lágrimas y era vencida por agotamiento. Igual que aquellas mañanas en las que discutía con la luz que entraba por su ventana, gritándole al incipiente sol por energúmeno y molesto. Yo le dejé hacer.

Intento salvarla ahora, de sí misma, pero es terca. Intento guiarla hacia otros paraderos, hacia otros aires, pero se empeña en reescribir las líneas que la alejan de lo que ha aferrado con fuerza . Y se engaña, todos saben que debe soltarse ya, o perecerá ahogada.

No atiende a razones, no escucha y no piensa con lógica. Oye consejos que almacena sin procesar y con los que compone melodías, con las que fusila luego a su pobre razón.

Le sobra mucho espacio. Quisiera tener menos vacío. A modo de introducción, le cuento que no son las primeras gotas que han caído, aunque le hayan llovido ya mares encima. Y le repito, que el guión aún no ha sido escrito y que todas las líneas argumentales están abiertas. Absolutamente todas. Desde una nueva situación con sabor a “Déjà vu”, una retrospectiva en toda regla, una salida o una aparición sorpresa de un personaje, un giro drástico general, hasta, incluso, la vuelta de alguna que otra trama.

Pero me mira y dibuja una débil sonrisa, casi mueca irónica, para decirme luego que sólo desea parar la historia y que no quiere más que una nueva visión.

Ella es mi personaje principal, ¿cómo le doy lo que quiere? ¿Cómo le llevo hasta lo que me pide?

Ya no puedo conducirla, no como antes. Ahora sólo la arrastro por capítulos y charlas ligeras sin argumento. Se entristece con la vida que le he dirigido. Y sé que ,en el fondo, la culpa es mía. Está así por mi culpa.

Se ha vuelto autónoma. Quiere corregir lo que considera que hice mal. Ahora será ella la que me lleve a mí , veremos cómo llego a la segunda parte de este libro.

S.S

. . . . . .

"insert coin"

. . . . . .

martes, 12 de enero de 2010

Documento Sin Título 1

El salón estaba completamente lleno de gente vestida especialmente para la ocasión. Eran varias las mesas que ocupaban todo el pabellón, llenas de copas, cubiertos, platos y, sobre todo, personas sentadas. De esos entes salían palabras, que encadenándose, formaban parte de un coro de murmullos, cotilleos y lamentos. El continuo repiqueteo de una cucharilla de café contra una de las copas de vino atrajo la atención de la muchedumbre, que no paró de cuchichear pero sí de hablar.

-¿No es ese el escritor de esquelas, el que solo sabe escribir sobre gente que ya no está?

-Sí, y también su mejor amigo.

-¡Chitón, que va a hablar!

Las voces se superpusieron unas a otras hasta que un aclamado silencio se acabó imponiendo. El hombre que había llamado a la atención de los presentes era alto, medio calvo, y con una nariz aguileña que hacía perfectamente su función de aguantar el puente de las gafas que llevaba su dueño. El hombre suspiró profundamente, y comenzó a hablar, lentamente, y tirando de memoria o improvisación, pues a momentos dudaba sobre lo que él mismo iba a decir.

Te vas casi sin avisarnos. Unos días antes de que me enterara de tu situación, relatada por tus propias palabras, coincidí contigo, como todos los jueves, en la Administración de Loterías donde íbamos, como de costumbre, a ver si nos tocaban un par de millones. Nada me hizo presagiar que se estuviera incubando tal “cosa” en tu interior. Tu aspecto, como siempre, era el de una persona sana y fuerte; envidiables. Comentábamos nuestras idas y venidas en la vida, y de nuestro paso por el parque de Eugenia de Montijo, donde no coincidíamos, pues tú eras de los paseantes mañaneros y ya te habías marchado cuando yo llegaba.

Habían sido muchos los años que estuvimos juntos, inseparables, tanto en el instituto como en la universidad. Aunque nuestra amistad, a pesar de la diferencia de edad, era de mucho antes. Siempre estabas dispuesto a pegarte con los gamberros del barrio, a mi lado, siempre voluntario en situaciones difíciles.

Pero no solo de entonces guardo recuerdos, pues la adolescencia la pasé al completo a tu lado. Hiciste fútbol, natación y otros deportes. Se te daban bien. Aún recuerdo tardes en las que ambos nos dejábamos las rodillas para el arrastre, después de jugar un intenso partido de fútbol. Fui testigo de esos 2 años que estuviste sufriendo una caries en cierta muela, y cómo dejaste de comer por el lado izquierdo por el simple hecho de que te dolía a horrores. Tuve que aguantar tus cientos de peinados, a cada cual más hortera, porque te gustaba atraer a las chicas y, ante todo, la atención del viandante. Compartimos comida, ropa, amores y desamores, intenciones, travesuras y, sobre todo, aventuras.

Vivimos juntos en las drogas, el alcohol y el tabaco, y lo superamos juntos después de dejarlo todo; por décima vez. Hemos silbado descaradamente a muchas mujeres, y roto el doble de ventanas con piedras. Miles de situaciones que construí y resolví gracias a ti. Tu valentía para mí vale 110 millones.


El hombre, que estaba recitando de memoria su discurso, pausó brevemente su perorata para secarse el sudor de la frente y beber un poco de agua. Parpadeó bruscamente detrás de sus gafas de pasta y prosiguió con su charla.

La pérdida de Helena te dejó un vacío imposible de llenar, a pesar del cariño de tus amigos y familiares. Era realmente maravillosa, derrochaba optimismo y simpatía; era el eje de motivación de nuestro pequeño grupo de amigos, y sobre todo, en los viajes que llegamos a hacer juntos, era la animadora que nos influía en el ánimo de todos los que componíamos el grupo. Siempre recordaré lo que me ayudaste en un viaje. Estábamos en Canadá, bajo el porche de una caseta cerrada de vigilancia, esperando a que la copiosa nieve dejara de caer; yo estaba enfermo y con un fiebrón; hacía mucho frío, me dejaste tu abrigo y te ocupaste del traslado de todas mis pertenencias, buscándome un sitio más abrigado. Nunca he olvidado esta atención y cariño de tu parte, aunque siempre estabas dispuesto cuando cualquiera necesitaba de tu ayuda, fuera amigo o no.

Años más tarde te ayudaría a conocer a Clara, con la que has estado de noviazgo hasta ahora mismo. Nuestros trabajos, diferentes, nos han separado ya de nuestra rutina diaria durante un lustro completo, pero eso no nos ha impedido poder vernos por el barrio, recordar batallitas transcurridas un siglo atrás y beber cerveza como borregos, mientras deglutábamos cortezas de cerdo por doquier. Volveríamos a las tantas a tu casa, en la que me darías cobijo porque sabías que en la mía María no daba cuartel a los borrachos, y mantendríamos largas conversaciones con el viejo loro que tu bisabuela te dejó en legado.

-¡Ay, Teror, Teror! -Decía a menudo el animal, que si no picoteaba nuestros confiados dedos, nos ofrecía su extremidad al sonido de: -¡Dame la patita!

Y, claro, nosotros le hacíamos eco hasta desgañitarnos por completo, o nos derrumbábamos por la cogorza que registrábamos.

-¡Nunca más, nunca más! -Prometíamos obedientes y resacosos a la mañana siguiente, para que a los dos días volviéramos enfrascados en una aventura llamada ron, whisky o coñac.


El sujeto tragó saliva duramente, en un movimiento que resonó en forma de eco por todo el pabellón y miró al centro de la sala.

Nunca, todos los que hemos tenido la suerte de contar con la amistad de Alejandro Gómez de Lerma podremos olvidarlo, pues nos ha brindado en nuestra juventud grandes momentos.

El hombre volvió a pausar su intervención y levantó su copa en alto, gesto que el resto de la sala imitó fielmente.

Anoche, algunos de nosotros pudimos despedirnos de ti en privado, sin nadie que nos molestara. Hoy solo puedo desearte, mi buen amigo, el más feliz de los matrimonios con tu nueva esposa y espero que disfrutaras de todas nuestras aventuras juntos, porque hoy, para ti, empieza una nueva vida.

¡Vivan los novios!

domingo, 10 de enero de 2010

Killer Queen

Sé que es tarde para hacerlo, pero no me apetecía mucho. Hoy me han dado el último aviso, así que no he tenido más remedio que ponerme a ello.

Y mientras recogía estrellas, con música de fondo, me recreaba en cada una de las motas de purpurina que se habían desprendido. Poco a poco, he ido vaciando el espacio de dorados, platas y rojos. He cogido, una a una, cada fibra brillante de mi campo visual. He terminado incluso con rabia en los ojos.

Y ahí, lampiño, estaba el símbolo de todo esto. Tabula rasa. Y así, sobrio, me ha saludado con su afinado y verde cuerpo.

Como respuesta, he partido su espinazo en dos, he doblado su pie, reduciendo su volumen a la mitad y lo he sepultado todo en el fondo de una caja, que sé que no va a aguantar todo ese peso.

Lentamente cada rincón ha ido perdiendo brillo. Lentamente he matado lo poco que quedaba dulce y con luz. Pero no podía quedarme más en esa realidad que ha acabado, por mucho que me ilusionara. No podía prolongar más mi estancia ahí, cuando todos os habéis ido ya. Con gusto volvería a ella. No, me dicen que no debo quedarme más ahí.

Por eso, he bajado todas las cajas, he barrido los restos de mi crimen y he tirado los estropeados espumillones. Luego, me he quedado pensando en lo que había hecho y un remordimiento ha recorrido mi cuerpo.

Y así es como acabé con la Navidad, cuando ésta hacía tiempo que se había ido…

S.S

. . . . . . .

P.D. Ahí va más de esa música "bujarrona" que tanto te gusta B.B. Casémonos.

"Was a long and dark December
From the rooftops i remember
There was snow white snow
Clearly i remember"


. . . . . . .


sábado, 9 de enero de 2010

Es lupus

Tú, reina, rezando

en el tercer banco

de la catedral de Amiens.


El hollín de mis pulmones,

otra sílaba de pan

y agua.


La cefalea que encuadra

en mis neuronas espejo

el horror del peregrino

que se perdió en la breña.


Cómo se enreda

el pronombre enclítico

en el verbo.


Otra vez el eco.

¿O es reverberación?

Oigo voces

de origen incierto.


B.B

lunes, 4 de enero de 2010

Sin Cura no hay Enfermedad

‘Oiga, doctor’

Abro rápidamente mis ojos y respiro pesadamente. Cuando recuerdo dónde estoy espiro y gruño un poco mientras me encaramo al sofá en el cual he estado durmiendo.

‘¿Sí?’ -Pregunto en voz alta mientras me froto los ojos con sueño.

‘Lo requieren en Urgencias. Ha habido un choque en cadena en la Nacional-2 y están trayendo los heridos a nuestro hospital.’

‘Diles… Diles que ya voy’

La mujer asiente y se marcha de la sala con unas zancadas sumamente bruscas. Me noto la barbilla húmeda. Presuponiendo que he dormido con la boca abierta me limito a limpiarme la baba con la manga de la bata. Tengo acidez, no sé cómo lo hago pero siempre que duermo en este sofá me despierto peor que cuando me dormí. Como una patada.

Me levanto al son del crujido de mis rodillas y parpadeo mucho, para acostumbrarme a la luz. Me estiro, bostezo y crujen un par de huesos más. Cojo mis gafas y, al colocármelas, noto cómo mi visión se vuelve nítida.

‘Esto ya es otra cosa’ -Murmuro mientras me pongo en marcha.

Aún sigo completamente manchado de sangre. Anoche fue un mal turno que cubrir, sin tener en cuenta que todos los crímenes se producen de noche. Como si no tuvieran otra hora a la que asesinar. El pasillo parece interminable; también lo parece mi intestino, que sigue haciendo la pesada digestión de ese entrecot. Prometo no volver a comer carne de cena, y por supuesto no volver a dormir en ese sofá. Asco de acidez.

Mis zapatos hacen un ruido mezquino, como el de una mujer en un paritorio. Resuenan por todo el edificio; parezco el asesino de una película de terror de serie Z, donde se escucha hasta la respiración del cámara. Se nota que son las cuatro de la mañana, no hay pacientes que esquivar, ni enfermeras guapas contras las que chocar y pedir una cita.

Un correteo en el quirófano 1 capta mi atención. El monitor está chillando en punto muerto. Llego a ver con el rabillo del ojo cómo se afanan en revivir al sujeto con los desfibriladores, una y otra vez.

‘¡Eh, Tchaikovsky! ¿Vas a seguir mirando o vienes a ayudarnos?’ -Preguntó irónicamente un hombre menudo, asomándose por las puertas deslizantes de otro quirófano-. ‘Tus manos de chiflado nos vendrían bien por aquí.’

Pongo los ojos en blanco, agarro mi estetoscopio y finjo una carrera hacia donde está él esperándome. Me lavo las manos apresuradamente, tardando menos de tres minutos (creo que es un nuevo récord). Finalmente entro en la descontaminada sala para realizar algún que otro milagro.

‘¿Qué tenemos?’ -Pregunto apresuradamente al viejo estilo de la serie “Urgencias”.

‘Aplastamiento torácico, creemos que los pulmones están dañados. Varias costillas fracturadas y un pulso muy débil.’ -Relató increíblemente deprisa uno de los auxiliares.

Mi sudor empieza a correr por la espalda, provocándome un par de escalofríos. Es como mi pequeño ritual antes de cada operación: si no orino por los poros no soy feliz. El flujo de agua que recorre mi cuerpo se acumula en la rabadilla y de vez en cuando se adentra en “el otro mundo”.

Me concentro al máximo en la operación, ignorando mis problemas de sudoración. El paciente está grave, tiene varios cristales clavados en su tórax. Al intentar sacarlos las pinzas resbalan continuamente. Alguien se los ha pegado con Súper-glue, parece. Miro el reloj de la pared. Llevo cuatro minutos intentando sofocar una posible hemorragia interna a base de sacar agujas de un sólido homogéneo muy destructivo en ese tamaño.

‘Sudor y agua, por favor’ -Le pido a la enfermera. Me pregunto si en el mundo al revés beberán sudor y secarán el agua.

Unas manos regordetas me pasan una gasa por la frente, secándome el sudor. Sorbo lentamente el agua a través de la pajita, como queriendo ganar un tiempo que hace rato se perdió. El agua se expande rápidamente por mi vacío estómago, creándome cierto malestar. De repente, las máquinas empiezan a pitar como locas.

‘¡Ha entrado en parada! ¡Rápido, desfibriladores!’ -Grita uno de los médicos con los que estoy.

‘¡Doctor, no cargan!’ -Maldice en voz alta una enfermera-. ‘Creo que son defectuosos, ya nos pasó el otro día que…’

‘¡No me importa!, ¡rápido, hacedle la respiración asistida!’ -Ordena el jefe de quirófano.

Me abalanzo sobre el paciente y empiezo a masajearle con fuerza la zona del corazón. Una, dos, tres veces. Joder, casi me pincho con los cristales. Oxígeno. No responde. ¡Otra vez! ¡Uno, dos, tres! Miro de reojo el monitor y sigue tan plano como el encefalograma de un político. Uno, dos, tres. Empiezo a sudar otra vez.

‘Déjalo, Weismuller, ha muerto.’ -Me recrimina el jefe de quirófano-. ‘Hora de la muerte 4:17 AM’

Jadeo con detenimiento. Dejo mi mirada perdida y separo mis manos del cuerpo del ahora fallecido. Le miro a la cara, no aparenta más de 25 años. Qué horror, ha muerto con los ojos abiertos. Estiro mi brazo y con dos dedos le cierro los párpados. Noto como alguien me da palmaditas en el hombro y me giro para ver la cara del gilipollas de mi jefe; el mismo que me pone un mote nuevo cada vez que hablamos.

‘Escucha, somos médicos, no magos, ¿me entiendes David Copperfield?’ -Me dice mientras esboza media sonrisa. ‘Ve a obrar tu magia a otro quirófano.’

‘Creo que voy a descansar un poco más, esta noche no soy yo mismo.’ -Le respondo mientras me rasco la cabeza con cansancio.

‘¡Ni esta noche, ni muchas otras noches!’ -Comienza a gritarme-. ‘Este mes han muerto a tus manos más pacientes que judíos mató Hitler, así que, sí, ¡vete a hacer lo que te salga del culo!’

Enarco una ceja y, a punto de responderle, las puertas del quirófano se abren y le arrean un buen mamporro en la cabeza, haciéndole trastabillar y caer. Con una explosión de carcajadas entre mis dientes salgo de la sala y me dirijo a mi despacho. Bueno, en realidad no es un despacho, paso allí la consulta; es acogedor.

El camino al habitáculo se hace desolador. Alicaído por la mala suerte que me ha acompañado durante todo el mes arrastro los pies por el pasillo. Entro en mi despacho y, mientras rozo los lomos de los libros de la estantería con mis dedos, me pongo a mirar los cuadros que tengo colgados. Un diploma, mi título en medicina, una fotografía de mi familia, un Picasso, un Pollock, un Warhol… Es broma, no tengo un Pollock.

Me dejo caer con pesadez en la silla de detrás del escritorio, coloco mis manos cruzadas en mi nuca y suspiro con resignación. Cierro los ojos y paseo mi mente por la biblioteca de los recuerdos, rememorando una vez más los mejores momentos de mi vida. Después de un rato abro los ojos y sonrío con tristeza. Me pongo de pie encima de mi silla con ruedines (como se mueve la cabrona), cojo mi título de medicina de la pared, lo miro con resignación y entonces comprendo que todo ha de acabar. Me bajo de mi montura, recojo un par de cosas y salgo al pasillo de nuevo, cerrando con llave mi despacho.

Como caballo salvaje que huye de los humanos pongo rumbo a la azotea, con una clara idea en la cabeza: acabar con todo. Nadie de por aquí me echará de menos. Mi estático frenesí hace que los menos precavidos casi tengan que rodar por el suelo para esquivarme en mi ascensión a la azotea. Por fin llego. Las piedras que colocan encima del tejado crujen a mi paso. Llego al borde y me subo a él. Me agarro al mástil de la bandera y me asomo al vacío. Será suficiente, nada sobrevive a una caída de esa índole.

Por el rabillo del ojo llego a observar el automóvil de mi jefe y entonces decido que, en un último arrebato de amor hacia su persona, debo hacerlo allí, justo encima de su coche. Me bajo del bordillo y camino al lugar que queda justo encima del Ford Shelby Mustang de mi superior. Me encaramo de nuevo y abro mis brazos en señal de libertad. El viento me empuja deseoso de que acabe ya mi cometido en este tejado. Inspiro. Espiro. Cierro los ojos, estiro los brazos hacia delante y lo hago.

Oigo como el coche de mi jefe cruje y se rompe, y cómo los cristales saltan al pavimento. Abro los ojos. Mi título en medicina había dejado un boquete en su cristal delantero, haciendo así saltar la alarma del coche. Espiro. Se acabó lo de ser médico, se acabó lo que se daba. Ya no tendré que sufrir por las personas que mueren en mis manos diariamente.

Ya no estoy atado a la vida de médico estresado. Ya no tengo que estar trabajando durante más de 20 horas diarias casi por culpa de las guardias. Se acabó comer y dormir mal. Ahora soy libre, libre para hacer lo que quiera. Porque lo que es, es, y siempre lo será; como el muchacho excelente.

M.M

sábado, 2 de enero de 2010

Viejo, nuevo y tiempo

Feliz Año, corazón, y feliz renacer. Esto no es más que otro principio, un algo que se quema lentamente hasta que no queda más que ceniza y algunos rescoldos que sólo alguien hábil podrá hacer revivir, en una silbante llama.

No quiero caer en lo típico, yo no lo soy, pero creo que esta mañana se merece una dedicatoria: gracias por despertarme temprano y no dejarme soñar durante más tiempo. Y digo gracias, sin saber muy bien porqué, ni si tiene sentido, pero es que muchas cosas no lo tienen. Y mi error es buscar la explicación a todo.

No sé ahora mismo de qué estoy hecha, ni si quiero saberlo. Sólo sé que no sé nada…Y es exasperante.

Con estos nuevos doce meses, no me voy a proponer nada, no quiero. Me gustaría saber sólo una pizquita del final, de esto digo, porque me ayudaría a discernir un poco, necesito una brújula mental YA.

Y cambio, lo noto, a pasos agigantados. Y quiero lo que quiero y lo quiero ahora, sin tonterías. No creo haber roto ningún plato lo suficientemente importante como para tener que estar en “stand by”, y no pienso estarlo.

Dudas…Malditas, eternas, dudas.

Adiós viejo, hola nuevo tiempo. Y eso es todo amigos…

S.S

. . . . . . .

SI tienes alguna canción en la cabeza ahora mismo, dale al play mental, yo hoy no tengo música en el cuerpo

. . . . . .