lunes, 31 de mayo de 2010

Eme

Lo entiendo. Entiendo ese sentimiento de no saber a dónde vas o si vas por buen camino. Caminas a ciegas, guiado sólo por palabras y experiencias ajenas, que no son tuyas, que son rivera de otros ríos que no sabes si quieres navegar.

Marta, parte blanda de la sociedad, sabía que probablemente la estuviera pifiando. Sabía lo que se le daba bien y lo que se le daba “menos bien”, porque a Marta le decían que nada se le daba mal.

Marta. Marta. Marta. Harta. De etiquetas y de surcos por los que iba encauzada su vida, por los que veía cómo ésta fluía sin poderla desviar, por miedo.

Y Carlos le decía que no había de qué preocuparse, que París es la ciudad del amor y Madrid la de los sueños. Pero ella ya nunca dormía para poder soñar, siquiera uno pequeño.

Por eso la Gran Vía le parecía enorme y llena de vida, insomne, como ella. Y por eso la Castellana, amante de Colón, era la más señorial y elegante y larga de todas las avenidas,. Y la Puerta del Sol y la de Toledo, y cómo le gustaba ese Gran Parque del Retiro. Y por eso mismo sabía que algún día se tendría que marchar. Diciendo adiós a Rosales, pasando al lado de Debod y de Almudena, templos para el alma y la condena.

Marta Harta, sabía que tarde o temprano tendría que dar un vuelco y girar sobre sí misma. Sabía, sabia, que el día llegaría. Ay Marta Harta, ay Marta Perdida, ay Marta Querida, tú dirás, la bolsa o la vida…


. . . . . . . .


“No he buscado a nadie, llevo días buscándome yo
no quiero pensar en Madrid ni en su reloj.
Duermo por las tardes,
por las noches me invento su voz
En las sombras me veo al revés
en los libros me encuentro mejor

Estatua de sal prepara tu salto mortal
No te puedo calmar pequeño desastre animal”

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