miércoles, 10 de noviembre de 2010

Acuarelas

Parecía que vivía en Nueva York. El aire era áspero pero la luz clara y cálida. El cuarto era amplio y vacío, salvo por los numerosos lienzos, pinceles, caballetes, tubos de pintura...

Le ignoraba, pero él decía que era su inspiración, o su muso. Nunca comprendió por qué no cogía su mochila y se marchaba para siempre, así debía ser su naturaleza. Pero en vez de eso, si se marchaba se lo decía directa y tranquilamente y después volvía sin más. 

Le daba pereza recoger la habitación, así que cuando él regresaba debía sentirse satisfecho de ver todo tal y como lo había dejado, quizás ese pensamiento era lo que le incitaba a volver. El joven pintor creería que le estaba esperando.

Le sugirieron que el pintor estaba enamorado de él, simplemente era amor. Pero no lo comprendía, a veces no podía comprender. La gente suele ver en su cabeza la imagen de lo que se dice, pero, por ejemplo, si decían “house” él lo único que veía era una “h”, una “o”, una “u”, una “s” y una “e”. Lo mismo le pasaba con el amor, solo veía, comprendía y sentía un “a-m-o-r”. Por eso se obsesionaba con la fotografía, quería captar cada detalle de la realidad. Así sentía que no se perdía en el mar de letras.

Se conocieron en una de sus exposiciones. No fue gran cosa, pero gracias a ello se animó a abrir un pequeño estudio con una tienda de revelado. Era mucho mejor que ser vendedor de cámaras. Comenzaron una charla informal, amena… la mejor que llegaron a tener, ya que no necesitó imaginarse las cosas que le decían. Solo hablaba y dejaba fluir las palabras sin más.

C.C

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