miércoles, 5 de enero de 2011

Por qué no uso blusa

El hombre…Ése gran desconocido. Ejemplar exótico en un mundo femenino, se aferra, ya débil, a las últimas gotas de masculinidad que aún pueden excretar sus poros: algunos ya ni sudan...(Intro musical de documental de National Geographic).

Yo digo que sois todos iguales. Todos. Mal que bien. Unos más que otros. Aunque me pese. Todos. No se salva ni uno (bueno, yo salvo siempre a cuatro). Padres, tíos, abuelos, hermanos…Todos en algún momento se comportan como capullos. Pero un hombre sabio al que admiro (sí, no os odio a todos, sólo a la mayoría) me dice a menudo, que eso que yo llamo “ser un cabrón”, es algo “inherente, inseparable, innato, ingénito y propio a la naturaleza del varón”, y por tanto, debo asumirla tal y como asumo otros hechos ligados a mi sexo. Aunque añade siempre que a pesar de que le alivia mucho el que lo haga, no debo condenar a todo Cristo (y menos a éste).

La primera vez que me soltó tamaña frase, puse cara de “como sigas por ese camino estás muerto, por mucho sinónimo a lo Punset que me sueltes”, me ofendí profundamente y me dispuse a exponer mi punto de vista en un monólogo de quince minutos en el cual daba detalles de la necesidad de modificar ciertos hábitos en la pareja, el porqué de la inmoralidad de la infidelidad, porqué la razón puede salvarnos del salvaje impulso masculino de cagarla, etc…

Tras quince minutos en los que me sentí sumamente inteligente, mi interlocutor me espetó un gran “¿de qué coño hablas, bonita?” tan sonoro, que me bloqueó totalmente. Es verdad, “de qué coño hablaba”. Es cierto que biológicamente, bla, bla, bla, como él me dijo, y que psicológicamente tal, tal, tal, como yo defendía; y por tanto, yo tenía razón, raciocinio sobre naturaleza, pero era idiota. Casi tanto como vosotros, hombres.

No te pido que me vuelvas a soltar todo el rollazo, monina- Continuó- Digo que no tienes ni puñetera idea de lo que hablas. El hombre, como ser en sí, no como término que engloba a toda la humanidad, es un individuo. Y los individuos tienen algo que se llama “disparidad de conducta”. No hay dos iguales, si bien, pueden ser similares. Y por tanto, y si te pierdes dímelo y te lo repito, es incorrecto pensar que todos y cada uno de ellos van a actuar según un mismo patrón. Es decir, tu inquebrantable moral, podrá ser seguida por algunos y violada por otros. Igual que tú puedes pisotear a una abuela en las rebajas o puedes dejarla que coja el último blusón de seda. (El comentario también me ofendió, al encuadrar mi moral en un centro comercial en rebajas, pero lo dejé pasar). Tú eliges. Es cierto que algunas sedas son muy seductoras, pero depende de lo mucho que te guste el blusón, y del respeto que tengas a la abuela.

Estuve tentada en preguntar si el blusón era gris perla, liso o con estampado, para evaluar el grado de tentación. Pero me contuve y seguí escuchando con mi cara de ofendida estándar.

¿Me estás diciendo que podría estar justificado una compra loca de un blusón satinado, si éste lo vale?- Pregunté creyendo haber encontrado el punto frágil del razonamiento.

Claro. Y te estoy diciendo que morrees al camarero ahora mismo porque su camisa es “divina”. No seas tonta- Inclinó la cabeza hacia delante, acercándose a mí- Digo, que para algunos, el blusón será estímulo suficiente para cargarse a la abuela a bolsazo limpio. La vida es dura, mujer. Y las rebajas salvajes.

Y desde entonces las blusas y sus perchas se me antojan sucias rameras provocadoras…


S.S

P.D: Con Punset salvo a cinco…(Evitad la rima fácil).

PD2: Y con los Reyes Magos, ocho (¡Mierda! Rima con bizcocho,

¡Rimadlo con bizcocho...!).

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