miércoles, 2 de febrero de 2011

Diario de a bordo.

17 de Diciembre de 1657

Hoy la tripulación se encuentra más revuelta de lo habitual, la falta de higiene y el desconocimiento exacto del rumbo que toma nuestra nave y, por tanto, nuestra expedición, hace tiempo que, como recoge este Diario, está causando estragos entre la moral de los nuestros. Pocos son ya los fieles a este su capitán, y noto que muchos guardan excesiva pero disimulada simpatía con el segundo de a bordo, de quién, si no guardo queja alguna, hechos recientes me invitan a su cultivar, cuanto menos, cierto recelo.

Así las cosas, y con la única y fiel compañía firme y entregada de algunos de los más jóvenes grumetes de la tripulación cierro el capítulo de hoy en nuestro rumbo al Cabo de Buena Esperanza, al cual, si todo va según lo previsto, llegaremos en pocas jornadas.


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28 de Diciembre de 1657

Como ya relate en este Diario, el nerviosismo de la tripulación, en su desmesurado aumento, le ha llevado a amotinarse en masa y con el segundo de abordo a la cabeza y ahora mismo se reune a la puerta de mi camarote con intenciones a buen seguro nada beneficiosas para el capitán que redacta este Diario.

La extraña calma que nos ha acompañado en estas ultimas jornadas sigue retrasándonos en nuestro viaje hacia el Sur, donde, corren los rumores, la compañía de las Indias Orientales Holandesas a establecido, de mano de mi colega van Riebeeck, un fuerte y un nuevo horizonte para todos nosotros, creyentes de un mundo mejor.

Allí espero, si mis fieles infiltrados consiguen llegarnos, pueda por fin deshacerme de esta desgraciada compañía de cobardes marineros de agua dulce, que, en su desobediencia, estoy seguro que han asaltado la bodega y es en parte la sobredosis de ron la que hace tan insostenible nuestra actual situación. Mientras tanto solo puedo encomendarme a que la fortaleza de las maderas nobles que ahora mismo me fortifican en mi camarote pueda más que su ira, pero temo que las primeras grietas empiezan a aparecer en su superficie, al tiempo otorgo permiso a mi fiel y joven grumete Toby para abandonar el camarote por el ventanal del castillo de popa, para, llegado el momento, unirse a la masa y salvar así su vida.

Siento llegado al fin el tan largo temido momento, solo me queda enarbolar mis cargados trabucos y entonar el más hondo grito de guerra:

Juro por mi bandera que este barco no se hundirá conmigo,
que esta nave, ahora extraña, no se perderá contigo,
y que esta expedición, que no es sino mi vida
fondeará donde los vientos, los dioses y yo misma quiera.


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