lunes, 6 de junio de 2011

Anselmo

Anselmo arrastraba su carrito de la compra detrás de él, con su mano buena. Hacía tiempo que la artritis torcía las articulaciones de la otra, de la diestra, y apenas podía moverla sin dolor.

Su tez morena, de patearse las calles al sol de una España de pena sin pan, lucía una barba de varios días, gris y a trozos blanca. Y sus zapatillas, de estar por casa, que no tenía, pedían a gritos un descanso, con sus suelas desgastadas y las puntas despeluchadas.

Venía cada cierto tiempo, por las casas, a “timbrear” las puertas por si alguna ama de casa le daba alguna lata, algo de pan o cualquier otra cosa que tuviera comestible, que inmediatamente guardaba en el funcional carrito. No pedía dinero, sólo saciar su hambre.

Mi madre le dijo una vez, que en la iglesia de al lado le podían dar incluso ropa nueva, pero él le contestó que le daba vergüenza ir a pedir a la iglesia cuando él sólo había creído en los hombres, así que había decidido pedirles a estos. No cayó, el pobre, en que Dios, de papel o no, siempre tiene más misericordia que sus hijos, de carne pútrida.

Y así, los vecinos apenas le daban para llenar su carrito un cuarto de su capacidad: algún paquete de pan de molde con dos rebanadas, una lata de piña, un litro de leche y un bollo de merienda de niños. Sin queja, se daba la vuelta, daba las gracias y marchaba.

Anselmo, un día lloró en mi puerta cuando le saqué manzanas, macarrones y un paquete de jamón de York. Mi vecina Paquita, le sacó además unas chuletas que le habían sobrado del mediodía, envueltas en papel de plata.

Nos agarró a las dos mujeres por el brazo (con las consiguientes caras de “peligro de contagio” que sin querer, pusimos ante el hombre sucio) y nos dijo que era la primera vez que iba a comer carne en meses.

Se fue, alegre con sus lágrimas de contento, delante de su carrito de tela azul. Volverá en un mes, más o menos, cuando se haya recorrido las urbanizaciones de la zona.

Paquita y yo nos miramos. Ella sonrío con una mueca y me dijo: "Mira hija, vives en un lugar y en una época donde comer carne es un lujo. Donde vivir como tú y yo vivimos es un privilegio. Pero tú eres joven y no lo entiendes. Anda, métete en casa, que vas con toda la riñonada al aire. Y a ver si te voy a tener que dar chuletas a ti también…Madre mía qué flaca te me estás quedando…"

S.S

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