Mientra lo decía, huracanes se formaban a su alrededor. La tempestad se acercaba y profundos remolinos aparecieron a sus pies.
Tenía que terminar su discurso, sólo así se liberaría de su carga. Le costaba articular las palabras y a ratos éstas se atoraban en su mente, enquistadas en el embudo del miedo. Tenía tan claro la importancia del cómo, de usar las palabras adecuadas, que la boca se le secó de tan despacio que hablaba, para poder pensar bien lo que decía.
Y de pronto llegó el quid, lo que transformó la cara de su interlocutor. El gesto serio de éste, rompió las nubes de la imaginaria tormenta que llevaba minutos acechando en su cabeza, donde se puso a llover. El monólogo se volvió tenso, gris pardo y denso. El interlocutor, pronto le empezó a increpar por lo que había dicho y planteado. Qué descaro, cómo podía hablar así...
El rato se le hizo eterno, pero en cuanto pasó sintió una profunda liberación.
Cerró la conversación y abrió su catarsis.
Comenzó por fin, otra canción.
S.S
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